domingo, 12 de octubre de 2008

Alberto Campo Baeza


Publicado en Volúmenes nº 39. septiembre-octubre 08

LA SENCILLEZ DE LO EXTRAORDINARIO

En estos días se termina la construcción de lo que será sin duda portada en las principales revistas y libros de arquitectura: el Centro Cultural Museo de la Memoria de Andalucía: el MA de Alberto Campo Baeza. Pero no es este reconocimiento nacional e internacional lo que nos ocupa, si no el regalo que la arquitectura de Campo Baeza deja en la ciudad de Granada con esta nueva obra.
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No cabe la menor duda que el regalo no tarda en llegar cuando el afecto surge entre dos personas. El Centro Cultural es la manera natural que Alberto Campo Baeza ha encontrado para sorprender gratamente a la ciudad de la que está enamorado. La relación entre Granada y Campo Baeza comenzó el verano de 1992, Entonces ganó el concurso entre más de 200 arquitectos con la que es hasta el momento la obra cumbre de su arquitectura, el edificio de Caja Granada (2001), una caja de hormigón, alabastro, vidrio y luz, considerado un poema de la luz y de la armonía; y luego el Centro Cultural que le fue encargado por Antonio Claret García en el 2005 y que se abrirá en el ya inminente 2009.


Campo Baeza ha concebido el conjunto como una unidad. El tiempo le ha dado la razón. Es un visionario coherente, más valorado hasta la fecha en el extranjero que en España. Ha completado un sueño que se anticipa a su tiempo, instalándose en una vanguardia permanente desde donde demuestra que es posible resumir la arquitectura en una idea limpia, esencial. Porque según sus palabras, “la arquitectura sin ideas no es nada. Sería solo pura forma. La arquitectura como toda labor de creación necesita una idea que la sustente. A mi me gusta hablar de la arquitectura como idea construida. Tan sencillo como eso”.

Construir y enseñar, difícil equilibrio

Muy volcado en la docencia es profesor de vocación. Impone un orden a su vida que le permite trabajar con constancia y dedicación. Catedrático de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de Madrid desde muy joven, aprendió de Alejandro de la Sota, Julio Cano Lasso, Javier Carvajal, Miguel Fisac y Sáenz de Oíza entre otros. Consigue un magnifico equilibrio entre el construir y el enseñar. Es continuamente reclamado para enseñar y dar conferencias en las principales escuelas de arquitectura del mundo. Ha visitado Nueva York, Milán, Londres, Zurich, Dublín, Nápoles, Buenos Aires, Lisboa, Venecia, Estocolmo, Munich, Boston, Chicago, Paris, Atenas, Pekín, Shangai etc. En sus conferencias, a diferencia de muchos otros arquitectos, lejos de hacer una mera descripción de sus obras, sorprende por una inusual fuerza expositiva. Genera ideas y las transmite con fuerza. Es certero en el análisis y ambicioso en el terreno de las propuestas. Los que trabajan con él reconocen su manifiesta pasión por su trabajo diario y le agradecen sobre todo su honestidad intelectual.

Es un arquitecto que conoce y saborea la poesía que hay en la prosa diaria, el esplendor de lo oculto y la profundidad de lo sencillo. Su arquitectura es su principal reflejo y nuestra ciudad lo sabe. Trabaja con Beethoven, piensa leyendo a Steiner y descansa con la pintura de Velazquez. Quizá sea este el motivo de su dedicación a la arquitectura, el querer tenerlo todo. Y da gracias a Dios de contínuo por todo lo que tiene y que, según él, no merece. Tiene la eterna novedad de las cosas verdaderas, y su arquitectura está esperando, al igual que la vida, que lleguemos a descubrirla. No acepta todos los proyectos que le encargan. Sabe que no suele dejar huella el que camina mucho sino el que pisa hondo. ¿Es habitual encontrar un profesional tan dueño de todo lo que hace? Ante un nuevo encargo el proceso creativo lo inicia en la soledad de su estudio, con silencio, intentando embalsar cada atisbo de idea que -a modo de chispa- pueda desencadenar esa gran explosión creadora. Se puede decir que sus principios son siempre carencia antes que plenitud, y una vez concluido el acto de creación, experimenta una soledad aún mayor, ya que la idea se escapa de su autor y deja de pertenecerle cuando es construida.
Continúa...

Hasta el último detalle
El Nuevo Centro Cultural de Caja Granada es un complejo en el que no existen jerarquías, todo tiene el mismo valor. Es una muestra más de esa arquitectura esencial de idea, luz y espacio. De idea construida, materializada en espacios esenciales iluminados por la luz. Un arquitectura que tiene en la idea su origen, en la luz su primer material, en el espacio esencial la voluntad de conseguir el “más con menos”.
Alberto Campo Baeza entiende la arquitectura como algo tangible, que percibimos, como un fenómeno, y trata de dar a todos sus ingredientes la misma importancia: así es como se hará posible su condición global y unitaria. En éste último ejercicio nos regala una obra que no deja lugar para el descanso. Nuestra mirada queda atrapada por multitud de detalles a los que prestó atención y que nuestros ojos forzosamente descubren.
Perceptible y sensitiva es su arquitectura en Granada. Por un lado nos encontramos la pieza cúbica, el cubo de Caja Granada, concebida como un “impluvium de luz” con una generosa iluminación cenital. Una caja estereotómica abarcante de hormigón y piedra que atrapa la luz del sol en su interior para servir a una caja tectónica, sobre un potente basamento. Un espacio diagonal atravesado por la luz diagonal. Al otro lado el Centro Cultural, una gran caja horizontal de hormigón cuya altura coincide con la base de la sede central de Caja Granada, y con un patio elíptico que distribuye las circulaciones interiores del edificio, presidido por una fascinante rampa que se está montando en estos días. Termina en su fachada oeste con una gran pantalla que actúa como “Puerta de la Cultura”. Como si de una nueva puerta de la ciudad se tratara.
En definitiva, Campo Baeza modela el espacio. Lo cincela con la luz. Aprovecha la proximidad entre los dos edificios para generar tensiones en el vacío. Patente es el narcisismo de los volúmenes con el doble juego de miradas. Vuelve a ese lenguaje de la lucha de contrarios. No se entendería el horadado edificio de Caja Granada sin el cercano Centro Cultural con su densa pantalla vertical. Es un hábil juego entre volúmenes y proporciones. Es un proyecto en el que se maneja la luz y la desproporción justa para provocar sensaciones especiales, manejando las escalas para poner la obra al servicio de la persona.
Termino estas líneas cuando aún no se recoge en ninguna otra publicación lo que será sin duda un verdadero acontecimiento arquitectónico, la inauguración del Centro Cultural Memoria de Andalucía. Lo hago a conciencia, porque es en la distancia, cuando todavía se puede escuchar el verdadero silencio de los sonidos.

En el estudio de Campo Baeza
Hace unos días visité a Campo Baeza en su estudio. Quería conocer al autor de la Caja General de Granada y del nuevo Centro Cultural – Museo de la Memoria de Andalucía-. Llegué al final de la tarde y me recibió con amabilidad. Quiso presentarme a sus colaboradores. Dió a cada uno un protagonismo básicamente profesional. Puede que sea este exquisito trato hacia sus compañeros de trabajo lo que le sitúan en el camino correcto que le lleva al continuo éxito en sus relaciones sociales.
Hablamos sin prisas. En todo ese tiempo encontré sin más a una persona que, por llevar mucho dentro, no precisa recurrir en exceso a lo de fuera. Es preciso en sus palabras porque es preciso en sus ideas. Opta por lo sencillo y escueto. No es minimalista, sino que tiene sin más la elegancia de lo poco. Cuando recibe visitas todo lo fía a la atención personal, a la conversación delicada y a la atención en el trato, sin cargar la mano en nada que sobre.
Es un buen conversador porque sabe escuchar. Empezamos hablando de Granada y terminamos recordando los motivos por los que nuestro tiempo es sólo entretiempo entre dos trozos de eternidad.
Jaime Vergara Muñoz


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