Publicado en la Revista VOLUMENES 31 [marzo abril 07 ]
LA GESTIÓN Y LA RECUPERACIÓN DE LOS JARDINES DE LA CIUDAD SE ESTÁ EMPLEANDO POR LAS FUERZAS POLÍTICAS PARA PROTAGONIZAR UN CONSTANTE ENFRENTAMIENTO. LOS CRITERIOS DE CONSERVACIÓN CHOCAN Y, AL FINAL, MIENTRAS PRIMAN LOS INTERESES POLÍTICOS, SUFREN LOS JARDINES HISTÓRICOS Y LA CIUDAD
Está de moda lo natural. Proliferan las tiendas de dietética y herboristería; la homeopatía gana adeptos y, en la misma línea, sube puntos la cosmética natural y los alimentos orgánicos. Probablemente sea la respuesta de una sociedad urbanizada, que busca en lo natural una salida de emergencia a la tensión del día a día.
La moda es un juego y, como tal hay que aceptarla. Sin embargo no hay que dejarse llevar por los extremos, aunque se llamen naturales. Un desordenado amor a la variación lleva consigo el peligro de lo cursi, del esnobismo o de la congelación de los sentidos.
Recientemente se ha puesto de moda en Granada cierto ecologismo político que paraliza cualquier intervención arquitectónica por considerarla de entrada contraria a la salud ecológica de la ciudad. Olvidan quizá que el amor al mundo del que hacen gala se manifiesta en el cuidado de lo menudo, en un realismo y sentido práctico que debe ser atención delicada a cualquier profesional que pretende con su trabajo mejorar lo presente.
Ciertamente Granada tiene una rica y variada cultura paisajística. Sus jardines atraen desde muy antiguo a músicos, poetas y pintores que realizaron un magnifico trabajo en cada una de sus realizaciones de las que ahora disfrutamos. Sin pretender citar a todos, hay jardines conventuales; huertos en Iglesias ruinosas; jardines románticos y jardines luminosos en buen número de cármenes; algún que otro jardín del siglo XIX en plaza pública que desafortunadamente reciben el apodo de jardín municipal y por supuesto los jardines de la Alambra y del Generalife que figuran entre los más alabados del mundo. Continúa...
Produce cierta resistencia tener que llamar al jardín granadino, zona verde. Al que resulta muy complicado justificar su presencia hablando sin más que del porcentaje de metros cuadros que debe existir por unidad familiar. No es necesario justificar la conservación o fomento de esta naturaleza embotellada, argumentando razones estéticas, educativas, científicas o ecológicas. Es mejor crear la necesidad de su existencia articulando aquella poesía que sola, penetra en la profunda realidad del mundo de los hombres. Batalla perdida con los políticos de hoy.
El crecimiento y desarrollo urbano de la ciudad ha ido conformando distintas tipologías de zonas ajardinadas unas mas acertadas que otras. Todas ellas se vieron condicionadas por esquemas urbanísticos que superponen -sin más criterio que la voluntad política- distintos modos de entender ese trozo de naturaleza. No es fácil armonizar ajardinamientos que, en muchos casos determinan estilos o responden a su época, con un urbanismo que dé respuesta a las actuales forma de vida. Pero por eso se debe dejar a los profesionales que fuera de esquemas políticos adecuen progresivamente la ciudad a los nuevos tiempos. Una correcta intervención arquitectónica realza y completa las zonas ajardinadas de la ciudad.
Las recientes intervenciones urbanísticas y arquitectónicas en la ciudad, han tenido muy en cuenta este rico patrimonio paisajístico intentando poner al servicio del ciudadano unos accesos y recorridos adecuados al aprovechamiento de esta cualidad de la ciudad. Una política inadecuada sería la de extremar el conservadurismo por el simple motivo de querer mantener lo añejo sin más valor que el triunfo de haber sobrevivido al pasar de los años. Tender la mirada atrás y pretender perpetuar esas imágenes es respetable, siempre y cuando no se descalifique lo que de actual tiene la vida.
Cuando la vista tropieza únicamente con cosas confeccionadas por el hombre es fácil olvidar lo que somos. Por eso la huida al campo y a la playa de los fines de semana no es un fenómeno que responde a criterios arbitrarios, es más bien una llamada a los silencios necesarios que nos reafirman como seres humanos, y no descargan aunque sólo sea por unas horas, de tanto peso inútil que la ciudad arroja sobre nuestras espaldas.
La ciudad de Granada es conocedora de esta necesidad del hombre de escuchar sus silencios. Por eso reacciona con un rico patrimonio de jardines de acceso público que reparte en tres instituciones principales el Ayuntamiento, el Patronato de la Alambra y la Universidad. Así tenemos como jardines considerados de interés: los correspondientes al recinto monumental de la Alambra (Generalife, Bosque de la Alambra, Campo de los Mártires); los incluidos en los ámbitos de los Planes Especiales de Protección (Alambra, Albayzín y San Matías) y reconocidos como tales por el mismo; los jardines del Cuarto Real de Santo Domingo; los Jardinillos, en el Paseo de la Bomba; junto al Río Genil; el Jardín Botánico y la Rosaleda del Parque Federico García Lorca. Además de aquellos jardines que se relacionan como elementos protegidos vinculados a alguno de los edificios catalogados por el PGOU o alguno de los Planes Especiales de Protección vigentes.
Cada una de estas instituciones tiene una política de mantenimiento y conservación distinta, pero no por eso habrá que temer males mayores. Hasta ahora gracias a las constantes y calladas intervenciones de conservación podemos disfrutarlos sin más preocupación que la de valorar lo que se nos regala. Quiza y aunque la superficie útil de jardines que se nos ofrece sea relativamente generosa, lo único que delimita ese aprovechamiento es desde el punto de vista del ciudadano, que quedan algo más restringidas por los distintos horarios de visitas. Habrá que solucionarlo.
Como desde la discrepancia no es posible diseñar un proyecto común, no es un exceso recordar que se deberían unificar criterios de conservación, que embellezcan y hagan más grata la ciudad sin que tengan que estar necesariamente marcados por beneficios electorales.
Solo cuando se coincide en algo ya se puede emprender la tarea de ponerse de acuerdo.
Jaime Vergara Muñoz. Arquitecto
LA GESTIÓN Y LA RECUPERACIÓN DE LOS JARDINES DE LA CIUDAD SE ESTÁ EMPLEANDO POR LAS FUERZAS POLÍTICAS PARA PROTAGONIZAR UN CONSTANTE ENFRENTAMIENTO. LOS CRITERIOS DE CONSERVACIÓN CHOCAN Y, AL FINAL, MIENTRAS PRIMAN LOS INTERESES POLÍTICOS, SUFREN LOS JARDINES HISTÓRICOS Y LA CIUDAD
Está de moda lo natural. Proliferan las tiendas de dietética y herboristería; la homeopatía gana adeptos y, en la misma línea, sube puntos la cosmética natural y los alimentos orgánicos. Probablemente sea la respuesta de una sociedad urbanizada, que busca en lo natural una salida de emergencia a la tensión del día a día.
La moda es un juego y, como tal hay que aceptarla. Sin embargo no hay que dejarse llevar por los extremos, aunque se llamen naturales. Un desordenado amor a la variación lleva consigo el peligro de lo cursi, del esnobismo o de la congelación de los sentidos.
Recientemente se ha puesto de moda en Granada cierto ecologismo político que paraliza cualquier intervención arquitectónica por considerarla de entrada contraria a la salud ecológica de la ciudad. Olvidan quizá que el amor al mundo del que hacen gala se manifiesta en el cuidado de lo menudo, en un realismo y sentido práctico que debe ser atención delicada a cualquier profesional que pretende con su trabajo mejorar lo presente.
Ciertamente Granada tiene una rica y variada cultura paisajística. Sus jardines atraen desde muy antiguo a músicos, poetas y pintores que realizaron un magnifico trabajo en cada una de sus realizaciones de las que ahora disfrutamos. Sin pretender citar a todos, hay jardines conventuales; huertos en Iglesias ruinosas; jardines románticos y jardines luminosos en buen número de cármenes; algún que otro jardín del siglo XIX en plaza pública que desafortunadamente reciben el apodo de jardín municipal y por supuesto los jardines de la Alambra y del Generalife que figuran entre los más alabados del mundo. Continúa...
Produce cierta resistencia tener que llamar al jardín granadino, zona verde. Al que resulta muy complicado justificar su presencia hablando sin más que del porcentaje de metros cuadros que debe existir por unidad familiar. No es necesario justificar la conservación o fomento de esta naturaleza embotellada, argumentando razones estéticas, educativas, científicas o ecológicas. Es mejor crear la necesidad de su existencia articulando aquella poesía que sola, penetra en la profunda realidad del mundo de los hombres. Batalla perdida con los políticos de hoy.
El crecimiento y desarrollo urbano de la ciudad ha ido conformando distintas tipologías de zonas ajardinadas unas mas acertadas que otras. Todas ellas se vieron condicionadas por esquemas urbanísticos que superponen -sin más criterio que la voluntad política- distintos modos de entender ese trozo de naturaleza. No es fácil armonizar ajardinamientos que, en muchos casos determinan estilos o responden a su época, con un urbanismo que dé respuesta a las actuales forma de vida. Pero por eso se debe dejar a los profesionales que fuera de esquemas políticos adecuen progresivamente la ciudad a los nuevos tiempos. Una correcta intervención arquitectónica realza y completa las zonas ajardinadas de la ciudad.
Las recientes intervenciones urbanísticas y arquitectónicas en la ciudad, han tenido muy en cuenta este rico patrimonio paisajístico intentando poner al servicio del ciudadano unos accesos y recorridos adecuados al aprovechamiento de esta cualidad de la ciudad. Una política inadecuada sería la de extremar el conservadurismo por el simple motivo de querer mantener lo añejo sin más valor que el triunfo de haber sobrevivido al pasar de los años. Tender la mirada atrás y pretender perpetuar esas imágenes es respetable, siempre y cuando no se descalifique lo que de actual tiene la vida.
Cuando la vista tropieza únicamente con cosas confeccionadas por el hombre es fácil olvidar lo que somos. Por eso la huida al campo y a la playa de los fines de semana no es un fenómeno que responde a criterios arbitrarios, es más bien una llamada a los silencios necesarios que nos reafirman como seres humanos, y no descargan aunque sólo sea por unas horas, de tanto peso inútil que la ciudad arroja sobre nuestras espaldas.
La ciudad de Granada es conocedora de esta necesidad del hombre de escuchar sus silencios. Por eso reacciona con un rico patrimonio de jardines de acceso público que reparte en tres instituciones principales el Ayuntamiento, el Patronato de la Alambra y la Universidad. Así tenemos como jardines considerados de interés: los correspondientes al recinto monumental de la Alambra (Generalife, Bosque de la Alambra, Campo de los Mártires); los incluidos en los ámbitos de los Planes Especiales de Protección (Alambra, Albayzín y San Matías) y reconocidos como tales por el mismo; los jardines del Cuarto Real de Santo Domingo; los Jardinillos, en el Paseo de la Bomba; junto al Río Genil; el Jardín Botánico y la Rosaleda del Parque Federico García Lorca. Además de aquellos jardines que se relacionan como elementos protegidos vinculados a alguno de los edificios catalogados por el PGOU o alguno de los Planes Especiales de Protección vigentes.
Cada una de estas instituciones tiene una política de mantenimiento y conservación distinta, pero no por eso habrá que temer males mayores. Hasta ahora gracias a las constantes y calladas intervenciones de conservación podemos disfrutarlos sin más preocupación que la de valorar lo que se nos regala. Quiza y aunque la superficie útil de jardines que se nos ofrece sea relativamente generosa, lo único que delimita ese aprovechamiento es desde el punto de vista del ciudadano, que quedan algo más restringidas por los distintos horarios de visitas. Habrá que solucionarlo.
Como desde la discrepancia no es posible diseñar un proyecto común, no es un exceso recordar que se deberían unificar criterios de conservación, que embellezcan y hagan más grata la ciudad sin que tengan que estar necesariamente marcados por beneficios electorales.
Solo cuando se coincide en algo ya se puede emprender la tarea de ponerse de acuerdo.
Jaime Vergara Muñoz. Arquitecto
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