Publicado en la Revista VOLUMENES nº 29 [noviembre-diciembre 06]
Es frecuente que la arquitectura se convierta en motivo de discusión cuando el arquitecto no consigue que su obra pase inadvertida. La polémica está servida si entre los ingredientes arrojadizos están los intereses políticos o urbanísticos.
Granada sin ser ciudad de grandes estridencias, se ha convertido de un tiempo a esta parte, en un motor de aceleración de lo que llamaremos “arquitecturas de opinión”. Esto es, obra construida capaz de generar opiniones contrarias y suficientemente distorsionadoras como para justificar una demolición.
Sin esforzar demasiado la memoria, recordamos la intervención en las Torres de Neptuno, la muralla de San Miguel o la remodelación de la Gran Vía y la Constitución. Antes asistimos a la polémica edificación del rey Chico donde decenas de colectivos sociales de nuestra ciudad expresaron su opinión sobre un edificio que alberga ahora el centro de exposiciones para jóvenes. El edificio de la Chumbera y el edificio Zaida han sido también objeto de debate y polémica en Granada.
En todas estas intervenciones se manifiesta -unas veces con más fortuna que otras- el trabajo de unos profesionales que emplean la arquitectura como un lenguaje en el que las formas expresan ideas que mejoran la ciudad. Estas ideas pueden ser propias o aprendidas; fácilmente reconocibles o ligeramente veladas; permanentes o caducas. Eso sí, siempre son fruto de una respuesta generada desde la propia ciudad y no, una imposición mayoritaria de sus ciudadanos.
La arquitectura necesita tiempo porque no es un objetivo en si, sino un elemento a descubrir que reclama que la observen con paciencia. Sin ese tiempo necesario para una correcta valoración se caerá con facilidad en la crítica simple de quien explica a otro cosas que uno mismo no pudo hacer. Continúa...
Los periodos de cuatro años que duran las legislaturas municipales precipitan las opiniones y se constituyen en auténticos caldos de cultivo de sentencias deslegitimadoras. Sin embargo, no todas las opiniones deben ser siempre tenidas en cuenta porque no todas son siempre legítimas. ¿Y en arquitectura?, en arquitectura tampoco.
Puedo entender la dependencia que los políticos tienen de los ciudadanos, de esas opiniones que luego se vierten en votos. También la necesidad de contentar a una mayoría que no siempre tiene porqué entender el alcance de una edificación, el lenguaje que ha utilizado el arquitecto y la proyección que pueda tener en el futuro. Puedo entenderlo, pero no debo compartirlo. Existe una completa normativa de rango local y regional que marca los límites de la actuación de los arquitectos, de los promotores y de los propios equipos de gobierno que, cada cuatro años, desempeñan la labor de gobierno en el Palacio de la Plaza del Carmen. Esa normativa nos compromete a todos, también a los ciudadanos que, antes de la aprobación de un Plan General pueden opinar sobre su contenido, su desarrollo... y de hecho lo hacen. Esas opiniones deben ser tenidas en cuenta por los legisladores. En ese momento y en esas circunstancias.
Hoy día las prisas siguen siendo enemigas del buen hacer y cada vez es más frecuente que la espera en el juicio se interprete como una limitación o un simple vacío de poder. Por eso se reclaman continuos pronunciamientos sobre intervenciones que a pesar de estar finalizadas, aún están incompletas. Me explico. Una intervención en un espacio público está condicionado por una expectativa del desarrollo futuro de otros elementos. Una valoración inmediata sería incompleta y dispararía opiniones sin más ciencia que la precipitación. Es muy probable que ese espacio público tenga la virtud de no ser un elemento exento si no que dialoga con distintos fragmentos de ciudad muchos de los cuales aún no están completamente definidos. Esta capacidad de crear ciudad será una virtud que difícilmente podrán leer los que no sepan esperar porque sólo desde el paso del tiempo puede ser eficaz su tratamiento.
Poner ejemplos es siempre una empresa arriesgada. De todas formas ¿quién cuestiona hoy el carmen de Rodríguez Acosta o el hotel Alhambra Palace? Ha sido necesario el paso del tiempo, la perspectiva para entender el alcance de unas edificaciones claves para entender nuestra actual configuración urbana. El paso del tiempo ha sido definitivo en ese sentido. Como también la genialidad de quienes proyectaron esos monumentos y la valentía de quienes decidieron apostar por una ciudad que merece lo mejor. También en arquitectura.
Jaime Vergara Muñoz. Arquitecto
18 de septiembre de 2006
Es frecuente que la arquitectura se convierta en motivo de discusión cuando el arquitecto no consigue que su obra pase inadvertida. La polémica está servida si entre los ingredientes arrojadizos están los intereses políticos o urbanísticos.
Granada sin ser ciudad de grandes estridencias, se ha convertido de un tiempo a esta parte, en un motor de aceleración de lo que llamaremos “arquitecturas de opinión”. Esto es, obra construida capaz de generar opiniones contrarias y suficientemente distorsionadoras como para justificar una demolición.
Sin esforzar demasiado la memoria, recordamos la intervención en las Torres de Neptuno, la muralla de San Miguel o la remodelación de la Gran Vía y la Constitución. Antes asistimos a la polémica edificación del rey Chico donde decenas de colectivos sociales de nuestra ciudad expresaron su opinión sobre un edificio que alberga ahora el centro de exposiciones para jóvenes. El edificio de la Chumbera y el edificio Zaida han sido también objeto de debate y polémica en Granada.
En todas estas intervenciones se manifiesta -unas veces con más fortuna que otras- el trabajo de unos profesionales que emplean la arquitectura como un lenguaje en el que las formas expresan ideas que mejoran la ciudad. Estas ideas pueden ser propias o aprendidas; fácilmente reconocibles o ligeramente veladas; permanentes o caducas. Eso sí, siempre son fruto de una respuesta generada desde la propia ciudad y no, una imposición mayoritaria de sus ciudadanos.
La arquitectura necesita tiempo porque no es un objetivo en si, sino un elemento a descubrir que reclama que la observen con paciencia. Sin ese tiempo necesario para una correcta valoración se caerá con facilidad en la crítica simple de quien explica a otro cosas que uno mismo no pudo hacer. Continúa...
Los periodos de cuatro años que duran las legislaturas municipales precipitan las opiniones y se constituyen en auténticos caldos de cultivo de sentencias deslegitimadoras. Sin embargo, no todas las opiniones deben ser siempre tenidas en cuenta porque no todas son siempre legítimas. ¿Y en arquitectura?, en arquitectura tampoco.
Puedo entender la dependencia que los políticos tienen de los ciudadanos, de esas opiniones que luego se vierten en votos. También la necesidad de contentar a una mayoría que no siempre tiene porqué entender el alcance de una edificación, el lenguaje que ha utilizado el arquitecto y la proyección que pueda tener en el futuro. Puedo entenderlo, pero no debo compartirlo. Existe una completa normativa de rango local y regional que marca los límites de la actuación de los arquitectos, de los promotores y de los propios equipos de gobierno que, cada cuatro años, desempeñan la labor de gobierno en el Palacio de la Plaza del Carmen. Esa normativa nos compromete a todos, también a los ciudadanos que, antes de la aprobación de un Plan General pueden opinar sobre su contenido, su desarrollo... y de hecho lo hacen. Esas opiniones deben ser tenidas en cuenta por los legisladores. En ese momento y en esas circunstancias.
Hoy día las prisas siguen siendo enemigas del buen hacer y cada vez es más frecuente que la espera en el juicio se interprete como una limitación o un simple vacío de poder. Por eso se reclaman continuos pronunciamientos sobre intervenciones que a pesar de estar finalizadas, aún están incompletas. Me explico. Una intervención en un espacio público está condicionado por una expectativa del desarrollo futuro de otros elementos. Una valoración inmediata sería incompleta y dispararía opiniones sin más ciencia que la precipitación. Es muy probable que ese espacio público tenga la virtud de no ser un elemento exento si no que dialoga con distintos fragmentos de ciudad muchos de los cuales aún no están completamente definidos. Esta capacidad de crear ciudad será una virtud que difícilmente podrán leer los que no sepan esperar porque sólo desde el paso del tiempo puede ser eficaz su tratamiento.
Poner ejemplos es siempre una empresa arriesgada. De todas formas ¿quién cuestiona hoy el carmen de Rodríguez Acosta o el hotel Alhambra Palace? Ha sido necesario el paso del tiempo, la perspectiva para entender el alcance de unas edificaciones claves para entender nuestra actual configuración urbana. El paso del tiempo ha sido definitivo en ese sentido. Como también la genialidad de quienes proyectaron esos monumentos y la valentía de quienes decidieron apostar por una ciudad que merece lo mejor. También en arquitectura.
Jaime Vergara Muñoz. Arquitecto
18 de septiembre de 2006
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