lunes, 18 de enero de 2010

La buena arquitectura y la literatura

Publicado en Volúmenes nº 44. enero-marzo 09

Todas las artes están emparentadas. Podemos relacionar la pintura con la escultura; la música con la poesía y la arquitectura con la literatura. En este último caso encuentro cierta similitud entre distintos autores: Alvaro Siza y Fernando Pessoa; Aldo Rossi y Rainer M. Rilke; o Víctor López Cotelo y Pedro Salinas. El paralelismo existe no solo porque aparezcan equivalencias formales, espacios ya descritos en prosa o simples destellos literarios en sus memorias; sino porque ambos expresan unos mismos pensamientos y comunican idénticos significados.

Las buena arquitectura como los clásicos de la literatura alumbran toda una vida. Recogen momentos históricos de la memoria colectiva y los convierten en iconos propios de una generación. Son obras de arte que sobreviven al tiempo y al cambio, anclándose para siempre en la realidad.
El perfil intelectual de un arquitecto y, como consecuencia su obra, se caracteriza por la formación cultural que ha recibido. Ese alimento intelectual es imprescindible para no caer en la obsesión por la forma o la imagen. Podríamos escribir una historia de la arquitectura atendiendo sólo a las referencias formativas de cada autor. El buen arquitecto vive preocupado por aumentar su formación cultural. Lee y dialoga con los libros; piensa y se hace preguntas; escribe y nos muestra su alma. Estos tres elementos son importantes porque el que no lee ni escribe bien, no puede tener sino los rudimentos más elementales del pensar.

La formación del arquitecto debería ser eminentemente humanística, porque necesita una imagen clara y elemental de lo que es un hombre, de cuál es su perfección y de cómo se cultiva. Es el único camino para que la arquitectura configure el bien el entorno y mejore la calidad de vida de las personas, alcanzando, como en la literatura, obras de dimensiones creativas y estéticas.

Aunque parezca un tema menor, la lectura para este propósito es esencial. La parte más importante del cultivo de la inteligencia se hace con la lectura de los grandes libros: las grandes novelas; las de historia, también las biografías; y el ensayo.
Leer ejercita la inteligencia y ayuda a comprender a todo tipo de personas y situaciones. Quien lee con dominio, facilidad y gozo aprende a vivir bien; más en serio y con mayor intensidad. Se enriquece interiormente; despierta su inteligencia; conoce más y aprende a llegar al interior de las almas. Por medio de la palabra escrita se experimenta el encuentro con la verdad y con la belleza. Es sin duda una de las actividades más intensas y vivificantes que puede realizar la persona.

Se entiende que no se deba caer únicamente en esa lectura inevitable por las circunstancias profesionales, o esa otra que consiste en un mero ejercicio de evasión, sino todo aquel papel impreso que contribuye a que el espíritu adquiera “forma humana”.

Pero, ¿que debe leer un arquitecto?. En primer lugar, aquello que nos atraiga por la razón que sea o que simplemente haya gustado a otros de confianza. De todas formas conviene establecer algún criterio de selección, porque la oferta que se nos presenta es abundante. Padecemos una abundante crisis de excedentes culturales que intoxican. El número de escritores es enorme y va en aumento porque es el único oficio que se practica sin haberlo aprendido.


Continúa...



Daré tan solo algunas reglas, unas negativas y otras positivas.

Las primeras las resumiría aconsejando no leer aquella prosa que aún esté demasiado fresca. Suelen ser los Best-Seller de temporada. Es literatura que se hace para venderla y no para vivirla. Es preferible esperar. El tiempo del que disponemos es limitado y consumir un mal producto aturde. También hay que huir de aquellos libros de los que decía Goethe en Arte y Antigüedad, “...parecen escritos, no para que se aprenda en ellos, sino para que se sepa que el autor sabía algo”. Se distingue porque son lanzados al mercado con demasiada pompa mediática, suelen estar mal traducidos y acumulan erratas. Tampoco soy partidario de las revistas de arquitectura que tan solo ofrecen imágenes y cuidan muy poco los textos. Los buenos proyectos, se deben poder leer.

Por lo específico de nuestra profesión deberíamos también escoger esos otros libros que recogen escritos e intervenciones de buenos arquitectos, como el de Conversaciones con Javier Carvajal, los Escritos de Alejandro de la Sota o las publicaciones de Mies y Le Corbusier. Puede ocurrir que se le preste mucha atención a sus obras y que no ocurra lo mismo con sus textos.

Por otro lado, aconsejaría leer aquellos libros, que divierten y enseñan, que dicen lo que a nosotros nos hubiera gustado escribir, que cambian nuestro modo de ver las cosas, que han pasado la prueba del tiempo, que emocionan y que se imponen a nuestro espíritu con las fuerzas de lo imprescindible en cuanto los abrimos. Dicho con palabras del pensador español Jaume Balmes: “conviene leer los autores cuyo nombre es ya generalmente conocido y respetado; así se ahorra mucho tiempo y se adelante más. Estos autores eminentes enseñan no sólo por lo que dicen, sino también por lo que hacen pensar”. También Séneca en la segunda de sus Cartas Morales a Lucilio nos da un consejo que merece la penar recordar: “Ten cuidado de que esta lectura de muchos volúmenes y muchos autores no tenga algo de caprichoso e incostantes (...). Muchedumbre de libros disipa el espíritu; y por tanto, no pudiendo leer todo lo que tienes, basta que tengas lo que puedas leer (...). Es propio de un estómago inapetente probar muchas cosas, que, por ser contrarias y diversas, en lugar de alimentar corrompen. Lee, pues, siempre autores consagrados, y si, alguna vez te apetece distraerte con otro, vuelve a ellos”. Sin duda, el problema de la oferta no es la carestía, sino el exceso y por tanto la indigestión. Hay que decidir y acertar con lo que se lee. No todo ayuda.

En definitiva, hay que leer sobre todo clásicos. Libros que resisten al paso del tiempo. Pedro Salinas en su libro el Defensor, lo razona así: “Leer con atención profunda los clásicos es entrar en contacto con gentes que supieron pensar, sentir, vivir más altamente que casi todos nosotros, de manera ejemplar; y darnos cuenta de cómo ese pensar y ese sentir fueron haciéndose palabra hermosa. Los clásicos son una escuela total; se aprende de ellos por todas partes, se admira lo entrañablemente sentido o lo claramente pensado, en lo bien dicho. Y cuando nos toque a nosotros, en nuestra modesta tarea del mundo, la necesidad de hacer partícipe a nuestros prójimos de una idea o de un sentimiento nuestros, esos clásicos que leímos estarán detrás, a nuestra espalda, invisibles pero fieles, como los dioses que en la epopeya helénica inspiraban a los héroes, ayudándonos a encontrar la justa expresión de nuestra intimidad”.

Recientemente en Granada se están construyendo interesantes proyectos que exteriorizan el fondo literario de sus autores. Por citar alguno, me gustaría detenerme en el Museo del Agua en Lanjarón, del arquitecto Juan Domingo Santos.
Es un proyecto de abundantes figuras literarias. Proyectado con una delicada gramática y una correctísima sintaxis. Huye de la sobreabundancia lujosa; es austero, libre y de métrica precisa.
Evita las formas de límites marcados para entregarnos materiales densos y esenciales: maderas, piedras, metales. Emplea un lenguaje constructivo en el que aprovecha la fidelidad a la vida inmediata, el arraigo a lo popular, el hablar de las gentes y el decir popular de los alpujarreños. Es tan frágil y exacto en sus detalles, que hubieran bastado unos pocos desaciertos constructivos para estropear toda la voluntad del arquitecto.
Juan Domingo Santos demuestra en esta obra que su mundo es la naturaleza y no lo fabricado, la humanidad y no la tierra, la situación y no el objeto. Es la expresión de un contenido captado con anterioridad, previo al encargo del proyecto pero que, desembarca ahora encontrando los mejores versos para el más bello poema.

Pocos arquitectos conocemos en quienes la voluntad literaria haya moldeado tan profundamente un carácter y una existencia personal. Su trabajo en Lanjarón es delicado como una creación de Neruda; cercano como un relato de Delibes; fresco y luminoso como una novela de Cela y; psicológico e intuitivo como los personajes de Carmen Laforet.

Todos los arquitectos deberíamos encontrar esas huellas visibles de los grandes maestros de la literatura, beber en ellas y recomendar a quienes comienzan a proyectar, que lean un buen libro antes de garabatear una magnífica idea.


Jaime Vergara Muñoz
Arquitecto

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque si Alvaro Siza escuchara que se le relaciona con Fernando Pessoa y Aldo Rossi leyera que tiene relación con Rilke o a Víctor López Cotelo le dijeran que su obra tiene reminiscencias de Pedro Salinas, muy probablemente les daría la risa, es cierto que en éstos, como en muchos otros genios, podemos encontrar ciertos parecidos. En mi opinión, esto es así no porque el arquitecto haya leído al autor o el autor haya visto la obra del arquitecto, sino porque ambos influyen, cambian y transforman la sociedad en la que vivimos; y es de esta sociendad de la que los artistas beben para llevar a cabo su obra. Un mismo puchero del que se alimentan todos ellos y cuyos ingredientes ellos mismos confeccionan.

Un artículo muy interesante.

Frank Lloyd

Jaime Vergara dijo...

Gracias por tu comentario Frank LL.
Efectivamente establecer un paralelismo entre ambos puede resultar un tanto tópico, pero creo que en ocasiones interesa acudir a estos recursos que ayudan a caracterizar y dibujar el perfil intelectual de distintos autores.

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el artículo!. He disfrutado mucho con su lectura y has despertado el interés por la buena literatura y la arquitectura...
¿podrías decir que títulos últimos te han gustado?
Un saludo!!!

Fede

Anónimo dijo...

Que chulo¡

Estuve precisamente en la Alpujarra el finde pasado y ví el museo de Juan Domingo. Sí está muy bien, le sabe sacar partido a las preexistencias.

Saludos Jaime, espero nos veamos pronto.

Paco,