Publicado en Volúmenes nº 38. julio-agosto 08
Mientras en Zaragoza SS.MM los Reyes inauguraban la Exposición de Zaragoza, 738 km al sur se le comunicaba al arquitecto granadino Antonio Jiménez Torrecillas, que había recibido un nuevo premio por la reciente intervención en la tienda DAL BAT SHOWROOM de Granada. Esta coincidencia estaría de más si no fuera porque de nuevo “David” ha sido capaz de imponerse a un mediático y ruidoso “Goliat”.
Siempre resulta difícil comenzar un artículo. Y más si se trata de hablar de la obra de alguien que le gustaría pasar inadvertido, para que la arquitectura cobre protagonismo. Un hombre que no pretende enseñar nada y que sin embargo nos puede legar su actitud: un modo personalísimo de enfrentarse a cada proyecto, con el convencimiento de que el valor de su trabajo no reside en el juicio popular sino, en el servicio que presta su obra desde la honradez y la belleza.
Cuando un arquitecto se puede permitir elegir a sus clientes, se puede también permitir desconcertar a la crítica. Así lo demostró Jiménez Torrecilla cuando en 2002 se le encargó que interviniera en la muralla nazarí del Alto Albaicín en Granada. Un trabajo en el que consigue minimizar las pretensiones gestuales de su obra hasta permitir a la naturaleza formar parte de ella. Nos muestra lo que hasta ahora viene siendo su arquitectura, proyectos tranquilos de inusual belleza, basados en el orden, la construcción y la claridad. Intercambia con exactitud el instante por el milímetro recuperando el valor del tiempo en su arquitectura. De este modo consigue hacer perdurable su obra. No se deforma con el transcurso de los años porque los trascendentales de la materia prima con la que trabaja son imperecederos. Consigue, sin más, que las ideas de sus proyectos sean entrañablemente vividas, con la misma intensidad con que el mismo las concibió, un buen día en su estudio.
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Jiménez Torrecillas nace en 1962. Tiene predilección por esta tierra y por sus costumbres. Como él dirá “Vivo en el mundo, pero cada noche duermo en Granada”. De mirada atenta. Escucha sin prisas la sonoridad de las palabras. La música forma parte de su conversación porque ha sido antes parte de su ocio y de su vida. Como si de un magistral director de orquesta se tratara consigue medir los tiempos de nuestra conversación traduciéndolos en los cuatro movimientos de la sinfonía: El allegro de los veranos de la Resinera, un cortijo de las Sierra Granadina donde desarrolló ese mundo interior tan sensible a la contemplación, una profunda admiración de la realidad exterior y un especial conocimiento de los propios misterios de la naturaleza; los cantábile de los estudios de Arquitectura en Sevilla, en dónde fraguó su profunda vocación docente; el vivace de los viajes por Oriente como primera experiencia brusca con lo desconocido; y el andante moderato de su comienzo profesional.
Antonio es el mayor de cuatro hermanos. Es la punta de lanza. Lleva en su vida lo que recibió en su infancia. Por eso trabaja con la cercanía del retrato de su madre, Pilar. Fallecida hace unos años y de la que se reconoce deudor. Estas líneas podrían escribirse como señal de reconocimiento público a una brillante y desconocida trayectoria de la persona que probablemente más ha influido en la figura de este arquitecto granadino.
Su interés por la docencia le asalta al descubrir que todos los hombres son arquitectos, pero que de algunos, solo unos cuantos, persisten en serlo, y la mayoría lo olvida. Su compromiso está en descubrir voluntades, despertar aptitudes y desarrollar talentos. Anima a cada alumno dedicándole el tiempo que necesiten. Sabe ver lo positivo y encuentra en cada problema una ocasión de mejora. Los que han trabajado con él, agradecen esa fuerza con la que empuja siempre con emoción inesperada. Hace que el trabajo de sus alumnos pueda casi alcanzar la realidad construida. Prefiere el riesgo del experimento y el peligro de la incomprensión a la parálisis de la duda. Es profesor de proyectos en la Escuela de Arquitectura de Granada que compagina con la condición de profesor invitado en Universidades de Asia, Europa y América.
Está convencido que en nuestra tierra se brindan, hoy por hoy, las condiciones perfectas para un desarrollo inteligente y valioso. El crecimiento económico que en la actualidad disfrutamos se suma a la gran riqueza cultural y social que atesoramos. En un lugar históricamente pobre como Andalucía, la “baja tecnología” ha agudizado el ingenio de nuestro pueblo. Estas circunstancias sitúan a Jiménez Torrecillas en una posición de aportación y creación ventajosa. Hace de estas circunstancias el mayor acierto de su arquitectura: una magnifica coordinación del proceso arquitectónico; un realismo económico que reconcilia presupuestos, plazos y programa ; y una creatividad arquitectónica que recuerda que la arquitectura es un arte, pero un arte con razón de necesidad.
Ya en su primera obra construida, Centro José Guerrero, Granada, 1991-2000, se nos develan sus intereses y las actitudes del arquitecto. Emplea una geometría precisa, provoca unos detalles exquisitos y consigue espacios luminosos fruto de meditadas decisiones visuales. Como aparece en la memoria del proyecto, “Se articula a través de la idea del recorrido como leit motiv de la función museística, a la vez que ahonda en el tema arquitectónico ya esbozado en el antiguo edificio: el exterior se abre a la calle y el interior se vuelca sobre sí mismo y genera un espacio favorable a la contemplación estética”. Con este primer trabajo se inicia el reconocimiento publico de su obra. Se le concede el Premio a la Mejor Intervención en el Patrimonio Histórico (2002). Desde entonces casi todo su trabajo recibe el aplauso de la crítica. Siendo sin duda el proyecto de la Muralla Nazarí el que más premios recibe, internacionales (X Premio Internazionale Architettura in Pietra, Verona 2007, Premio International Cappochin Biennal Architecture Padua 2007, Premio Arquitectura Piedra 2006, Premio FAD Socis Arquinfad 2006, Finalista IV European Prize for Urban Public Space 2006, Seleccionado Premio Mies Van der Rohe 2007) y nacionales (Premio de Arquitectura Española a la mejor intervención en el Patrimonio Histórico Nacional 2005-2007, IX Bienal De Arquitectura Española 2007).
En cada proyecto siente el peso de las obligaciones que para los demás tiene como arquitecto. Se alimenta de lo cotidiano, de las costumbres sencillas del día a día. Actúa como médium cualificado entre promotores y constructores detectando la realidad de las personas y traduciéndolo al lenguaje imperecedero de la arquitectura. Con las Viviendas Sociales en Molvízar, Granada, recupera el valor de lo ordinario en la arquitectura. Consigue un perfecto equilibrio entre las condiciones exteriores, culturales y las intrínsecas del lenguaje arquitectónico moderno, siendo probablemente ésta síntesis, la aportación mas interesante de este proyecto.
Sé que este breve recorrido por el trabajo de Antonio Jiménez Torrecillas es insuficiente para conocer su obra. Pero sirve quizá, para aproximarnos a un arquitecto que demuestra con su trabajo diario la existencia de arquitecturas que, aun estando al margen de la realidad mediática, pueden provocar discursos capaces de hacer tambalear cualquier otra arquitectura de simple impacto escenográfico. Un auténtico David frente a un poderoso Goliat.
Jaime Vergara Muñoz. Arquitecto.
2 comentarios:
Hoy, tu precioso texto se ha convertido en eterno. DEP Antonio
Te agradezco tus palabras. Hoy todos nos unimos al recuerdo de Antonio.
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